Era el minuto 97. Atlético Nacional perdía por la mínima en el estadio La Independencia de Tunja ante un Boyacá Chicó que resistía con orden. Entonces, como salido de un guión dramático, Alfredo Morelos cayó en el área tras un leve contacto del defensor Arlen Banguero. El árbitro Jairo Mayorga no dudó. Marcó penalti. Y con ello encendió una polémica que no ha dejado de arder desde el domingo. El propio Morelos, tras ejecutar el cobro que selló el 1-1, confesó sin rodeos: “Siento el contacto y me tiro”. Así, como si nada.
La acción, por supuesto, desató una tormenta de opiniones. Desde las gradas hasta los estudios de análisis deportivo, todos se preguntan lo mismo: ¿fue penal o fue una caída inteligente? El delantero cordobés no se escondió en la zona mixta. Habló con sinceridad ante los micrófonos de Win Sports y reconoció su viveza: “Yo soy muy inteligente en ese tipo de jugadas”, dijo, casi con orgullo. Y es precisamente esa inteligencia la que ahora divide al fútbol colombiano entre los que celebran su astucia y los que reclaman por lo que consideran un engaño avalado por el VAR.
El penalti fue confirmado por Nicolás Gallo, encargado del video arbitraje, y ejecutado con precisión por Morelos, quien alcanzó así su gol número 28 con la camiseta de Nacional en 78 partidos. Sin embargo, lo que debería ser motivo de celebración terminó por convertirse en el epicentro de una discusión que toca fibras más profundas: ¿hasta qué punto es legítimo que un jugador “sienta el contacto y se tire”? ¿Debe premiarse la picardía o castigarse la exageración?
José Borda, analista arbitral y voz respetada en el medio, fue categórico: “No era penal. La intensidad del contacto fue leve y no impidió el accionar normal de Morelos. Se deja caer”, publicó en su cuenta de X (antes Twitter), señalando además que el árbitro debió confiar más en su percepción inicial y no dejarse influenciar por la revisión en el VAR. Otros expertos coinciden en que la jugada carecía de la contundencia necesaria para considerarse una falta dentro del área.
Lo que queda claro es que, más allá del resultado, la jugada ha puesto en el centro del debate al arbitraje colombiano, a un VAR que sigue sin generar consenso y a una figura como la de Alfredo Morelos, que volvió a ser noticia por su instinto de goleador y su capacidad de sacar ventaja incluso en los márgenes de lo permitido. La línea entre lo legal y lo cuestionable en el fútbol es cada vez más delgada.
Chicó, por su parte, se sintió perjudicado. El equipo boyacense, que había hecho un partido serio, ordenado y sólido en defensa, vio cómo en la última jugada se le escapaban dos puntos vitales. Su entrenador, aunque mesurado, no ocultó su molestia: “El contacto existe, pero no todo contacto es falta. Nos sentimos robados”, dijo. Y en el camerino local, el sabor era amargo, no por el empate, sino por la forma en que llegó.
La jugada también evidencia un problema más estructural: la dependencia del VAR y la subjetividad con la que se interpreta. En teoría, el VAR está para corregir errores claros y manifiestos, no para reinterpretar cada roce. Pero en la práctica, como ocurrió en Tunja, termina influyendo de forma decisiva incluso en situaciones grises, donde el criterio arbitral debería pesar más que la imagen congelada.
En definitiva, lo de Morelos puede verse como astucia o como simulación. Como viveza criolla o como falta al espíritu deportivo. El fútbol, ese espejo de las pasiones nacionales, lo ha puesto de nuevo sobre la mesa. Y como suele ocurrir, la verdad absoluta parece no existir. Solo queda la certeza de que, en el minuto 97, alguien cayó… y Colombia entera sigue discutiendo si fue justicia o teatro.