Cada vez que Atlético Nacional se queda sin técnico, el debate renace como una vieja herida que no termina de cerrar: ¿los entrenadores colombianos están desactualizados para liderar un proyecto moderno en el club más ganador del país? Las redes hierven, los panelistas se dividen, los hinchas se polarizan. Y en medio del ruido, surge una verdad incómoda: el problema, más que técnico, parece estructural. Se repite el dilema entre mirar hacia afuera buscando el “fútbol moderno” que ofrece el extranjero, o confiar en el talento local que tantas glorias ha dado, pero que hoy carga con el estigma del atraso táctico.
La noción de que el entrenador colombiano se ha quedado rezagado frente a las nuevas corrientes del fútbol no es gratuita. En un ecosistema donde prima la alta intensidad, la presión estructurada, el uso de datos, y la formación integral del jugador, muchos cuerpos técnicos en Colombia aún operan con metodologías tradicionales. El rezago no siempre es por desidia, sino por falta de inversión, de estructura y, sobre todo, de continuidad. Los técnicos nacionales que intentan adaptarse al ritmo del fútbol global pocas veces cuentan con los medios —ni el tiempo— para implementar proyectos sostenibles en clubes que exigen resultados inmediatos.
Pero generalizar sería injusto. Colombia también ha producido entrenadores inquietos, estudiosos, formados en Europa o Sudamérica, que han intentado actualizarse y traer consigo conceptos contemporáneos. El problema es que, cuando llegan a un grande como Nacional, se topan con un entorno que devora procesos y privilegia el corto plazo. La presión de la hinchada, la exigencia histórica, la lupa de los medios… todo confluye para que las apuestas por técnicos locales sean débiles, parciales, y muchas veces condenadas al fracaso antes de empezar.
También es necesario preguntarse qué entendemos por “modernidad” en el fútbol. ¿Es correr más? ¿Es construir desde atrás? ¿Es usar software de videoanálisis o integrar nutricionistas deportivos y psicólogos al cuerpo técnico? Moderno puede ser un equipo que interpreta bien los espacios, pero también uno que sepa cuándo no jugar. En Colombia, lo que se llama desactualización técnica a veces es simplemente precariedad institucional: falta de laboratorios de rendimiento, de bases de datos compartidas, de inversión en tecnología. Culpar exclusivamente al entrenador por esas carencias es como culpar al director de orquesta porque la sinfónica no tiene instrumentos.
Y sin embargo, cuando Nacional ha confiado en técnicos colombianos con visión clara, los resultados han sido notables. Santiago Escobar en su primera etapa, Juan Carlos Osorio con su rotación táctica tan discutida como revolucionaria, y Reinaldo Rueda, con una estructura europea aplicada con rigor local, demuestran que el conocimiento existe. Lo que falta es respaldo y una idea institucional coherente que trascienda el nombre del técnico y se convierta en modelo de club.
Más que buscar culpables, Nacional debería preguntarse qué tipo de proyecto quiere construir: uno de espectáculo inmediato y resultados a corto plazo, o uno que apueste por consolidar una identidad desde lo formativo hasta lo profesional. En ambos casos, el entrenador, sea colombiano o extranjero, debe ser un eslabón coherente de esa visión. Porque el problema no es el pasaporte del técnico, sino el soporte que le da el club para desarrollar su idea.
En definitiva, no se trata de si el entrenador colombiano está desactualizado, sino de si Nacional —y el fútbol colombiano en general— está dispuesto a darle las herramientas, el tiempo y la confianza que sí se le otorgan a los foráneos. Porque, a veces, lo que parece atraso es, en realidad, una falta crónica de oportunidad. Y en el fútbol, como en la vida, nadie puede correr si no lo dejan siquiera calentar.