Cuando Lionel Messi fichó por el Inter Miami, la promesa de gloria continental parecía más una cuestión de tiempo que de mérito. Sin embargo, el paso de los meses ha sido menos amable de lo que auguraba el marketing. Esta semana, el equipo rosa volvió a desmoronarse cuando más se le requería: fue eliminado con contundencia en semifinales de la Copa de Campeones de la Concacaf, dejando un panorama desolador a semanas del estreno en el renovado Mundial de Clubes de la FIFA.
Messi, abatido, dejó el campo como lo ha hecho otras veces desde su llegada a suelo estadounidense: rodeado de miradas perdidas y pocas respuestas. Y aunque el argentino sigue marcando goles y destellos de calidad —lleva ocho tantos en 14 juegos esta temporada—, el peso del proyecto parece haberse convertido en una carga que ni su talento, ni el de sus viejos aliados europeos, logra sostener.
El plan de Miami, basado en la nostalgia y la química de los llamados “Cuatro Fantásticos” —Messi, Suárez, Busquets y Alba—, se muestra cada vez más vulnerable ante rivales con mayor físico, juventud y, sobre todo, estructura. A sus 36 y 37 años, los líderes del vestuario acumulan minutos en exceso, sin el respaldo de un recambio confiable. El resultado: un fútbol lento, predecible y muy fácil de contener para equipos que presionan con intensidad.
La salida del paraguayo Diego Gómez, transferido recientemente al Brighton de la Premier League, dejó al equipo sin uno de sus pocos talentos en crecimiento. No llegó nadie con el mismo potencial, y la creación ofensiva recae exclusivamente sobre Messi. El rival lo sabe y lo rodea, lo encierra, lo fatiga. Ya no hay espacio ni sorpresa.
A esto se suma un cuerpo técnico que, aunque respetado por su pasado como futbolista, aún genera dudas. Javier Mascherano, sin experiencia previa como entrenador de clubes, ha recibido la difícil tarea de gestionar un plantel envejecido, mediático y con exigencias inmediatas. Hasta ahora, su libreto no ha sido suficiente para cambiar la inercia perdedora del Inter Miami en los torneos decisivos.
Suárez, por su parte, ha entrado en un bache ofensivo que inquieta: nueve partidos sin marcar. Jordi Alba alterna partidos por molestias físicas, y Busquets ofrece precisión pero poca resistencia en transiciones defensivas. Así, el conjunto que alguna vez se soñó como la nueva joya del fútbol norteamericano parece más un homenaje itinerante al Barça de antaño que un proyecto competitivo real.
Con la MLS en curso, la Leagues Cup por delante y el Mundial de Clubes a la vuelta de la esquina, el calendario no ofrece tregua. Y si bien las vitrinas aún esperan el primer gran trofeo, la paciencia comienza a agotarse. El relato romántico que trajo a Messi a Florida empieza a chocar con la realidad: sin renovación, sin equilibrio y sin intensidad, no hay camiseta ni número 10 que alcance.
Queda por ver si el Inter, en este segundo semestre de 2025, encuentra oxígeno en el mercado o da un giro táctico que le permita dejar de depender de una generación brillante, pero que hoy camina hacia el ocaso. Por ahora, Messi sigue siendo el imán de los reflectores… pero ya no basta con eso para ganar.