En un momento de tensiones geopolíticas y replanteamientos comerciales globales, la canciller Laura Sarabia asumió con firmeza la vocería de Colombia en el aniversario número catorce de la Alianza del Pacífico. Esta vez, el país no solo fue anfitrión del evento, sino también presidencia pro tempore, una posición que Sarabia aprovechó para delinear un renovado compromiso con la integración regional.
Acompañada por delegaciones diplomáticas de México, Chile y Perú, la canciller trazó una hoja de ruta ambiciosa: profundizar los lazos económicos, abrir nuevos mercados y consolidar un frente común latinoamericano ante un orden internacional que, como ella misma lo expresó, “está en plena reconfiguración”. Su discurso no fue solo simbólico; reflejó una voluntad política de posicionar a Colombia como un actor proactivo en los mecanismos multilaterales.
Uno de los puntos más destacados fue la mención de Costa Rica, cuya posible adhesión a la Alianza avanza con pasos concretos. La ministra también subrayó los avances con Singapur y el interés manifiesto de Guatemala y Honduras de unirse a este bloque comercial. Lo que antes fue una iniciativa pragmática entre cuatro países hoy se perfila como una plataforma estratégica de proyección global.
El mensaje fue claro: ante un entorno internacional impredecible, América Latina no puede seguir fragmentada. Sarabia apeló a la necesidad de “construir un nosotros”, una expresión que resonó tanto en clave política como cultural. La integración, dijo, no debe ser una consigna diplomática más, sino una herramienta real para enfrentar los desafíos compartidos: el cambio climático, la pobreza, la inseguridad alimentaria y la transición energética.
No es menor que estas palabras provengan de una figura que ha pasado en pocos meses del manejo interno del poder a liderar la política exterior del país. En su rol como canciller, Sarabia ha optado por una diplomacia activa, que reconoce los límites del unilateralismo y apuesta por el consenso multilateral. En tiempos donde los discursos nacionalistas resurgen, su postura apunta en sentido contrario.
La Alianza del Pacífico nació como una respuesta práctica a los desafíos del comercio internacional. Hoy, bajo el liderazgo colombiano, parece adquirir un tono más político, más estratégico. El bloque ya no se limita al intercambio de bienes; se proyecta como una comunidad de países con intereses y visiones compartidas sobre su papel en el mundo.
Pero no todo depende de discursos o cumbres. El verdadero reto será traducir estos acuerdos en políticas sostenibles, en proyectos binacionales y en resultados tangibles para los ciudadanos. La integración no puede quedarse en los titulares; debe sentirse en las aduanas, en los puertos, en los empleos que genere y en la movilidad que facilite.
Sarabia ha puesto la vara alta para Colombia en la escena regional. Ahora, el país deberá demostrar que ese liderazgo no es coyuntural, sino parte de una política exterior coherente, con visión de largo plazo. Si lo logra, la Alianza del Pacífico podría dejar de ser una promesa postergada y convertirse, por fin, en un eje real de desarrollo compartido.