Apenas estamos comenzando diciembre, y la irresponsabilidad frente al uso de pólvora ya deja un saldo desolador en Antioquia. En solo dos días, 19 personas han resultado lesionadas, según cifras de la Gobernación, de las cuales 8 son de Medellín. La estadística no solo es preocupante, sino indignante: comparado con el mismo periodo del año pasado, el aumento es del 73%. El refrán popular, «desde el desayuno se sabe qué será el almuerzo», parece pintar un sombrío panorama para estas festividades.
Este incremento debería prender todas las alarmas, pero la realidad parece señalar lo contrario. ¿Dónde está el aprendizaje de campañas pasadas? Cada año se repiten las tragedias, muchas de ellas con niños como principales víctimas, mientras las autoridades, aunque intentan endurecer los controles, enfrentan una cultura arraigada que normaliza el uso irresponsable de estos artefactos. A pesar de los llamados a la conciencia y las normas vigentes, la pólvora sigue siendo tratada como una tradición y no como el riesgo mortal que representa.
Los 19 casos registrados hasta ahora no son solo números; son familias desgarradas por quemaduras, amputaciones y traumas que podrían haberse evitado. ¿Qué tan alto tiene que ser el costo humano para que cambiemos? Las campañas de prevención y sanciones parecen insuficientes frente a una ciudadanía que, año tras año, ignora las advertencias. La falta de una verdadera reflexión social es tan explosiva como la pólvora misma.
Diciembre debería ser un mes de alegría, no de tragedias. Pero si seguimos así, no solo cerraremos el año con más víctimas, sino que perpetuaremos una cadena de dolor que parece imposible de romper. La pregunta es dura, pero necesaria: ¿cuánto más tardaremos en entender que la pólvora no es un juego? Por ahora, el panorama no deja espacio para el optimismo. ¡No aprendemos!